Campos ha sido un ejemplo de ello. La floreciente industria ganadera en torno a las innumerables vaquerías que hubo en el municipio se desarrolló con la vaca frisona como estandarte, la “famosa” vaca de piel blanca y negra, originaria de Holanda. La frisona es conocida por ser una de las mejores razas productoras de leche, pero también es una gran consumidora de recursos, especialmente hídricos. Todo lo contrario que la vaca mallorquina, de capa color castaño, que varía del rosado hasta el casi negro. Es más rústica, fuerte, buena reproductora y con gran instinto maternal. Está adaptada a la alimentación disponible en la isla, aunque es mucho menos productora de leche y de menor planta, ya que el peso de las hembras adultas oscila entre los 300 y los 350 kilos. A pesar de tener una presencia milenaria en la isla (según restos encontrados en los talaiots, sería superior a los dos mil años), la cabaña la conforman un número muy reducido de animales, siempre en peligro de extinción. De hecho, su presencia se ha salvado gracias a su uso en el control de la vegetación en zonas marginales de las montañas y de la albufera.

La vaca mallorquina tampoco es un referente estándar para la producción de carne, aunque la cría y engorde mediante pastoreo tradicional en su medio natural rural consigue resultados excelentes. En todo caso, es una raza única, si se valoran como pluses los aportes medioambientales, de conservación y la transferencia de todo ese saber hacer y equilibrio en la gestión de un territorio. Con todo, se pueden obtener productos agroalimentarios como símbolos identitarios de un lugar, en este caso Mallorca, así como de todos sus habitantes. En este sentido, la leche de la vaca frisona se produce y consume en innumerables sitios de todo el mundo en la actualidad. La carne de la vaca mallorquina sólo se produce en Mallorca, lo que podría ser un valor diferencial brutal, muy apreciado por la población local y los visitantes.